Ella, una rosa...

Ella era simplemente así, llegaba cuando menos la esperabas y desaparecía en un parpadeo. Nunca se quedaba demasiado, apenas un par de cafés y luego volvía a irse. Jamás entendería sus motivos para haber elegido a la soledad como única compañera pero le era tan fiel.
Ella era así, tan brillante y fugaz como una estrella, tan delicada como la más suave melodia y tan fuerte y fría como el acero.
Ella era sinplemente así, suave y fria, radiante y fugaz, pura y solitaria...
Ella era arte, era poesia, la mas bella e inalcanzable pintura, la rosa con las más afiladas espinas, y todos sabemos lo que se dice de las rosas, amigo mío, que no han nacido para amar, que no pueden poseerse.
No, amigo lector, las rosas son salvajes, son libres, son solitarias. No puedes tenerla solo para ti, no puedes acercarte a ella sin que te hiera.
Quizá por eso las rosas más hermosas son las más solitarias, por ser las más hirientes...
Dime, pequeña rosa, por qué escondes tu belleza tras tan mortales espinas?
No, amigo querido, las rosas no han nacido para amar, no puedes poseerla.
Ella era simplemente así, tan cambiante y libre como el viento, tan impredecible como un rayo, tan poderosa como un tornado.
Ella, querido lector, era la tormenta. Arrasaba con todo lo que se entrometiera en su camino y tenia el poder de purificar la más profunda de las heridas del alma, y era tan hermosa...
Ella era simplemente así: LIBRE

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